Morena, indígena y no tan buena bailarina, la artista de Oaxaca dio lecciones de otra clase de música, en la que convive lo moderno con los sones ancestrales de su sangre. La excusa fue el material de Ojo de culebra, pero hubo pie para más.
La primera visita de Lila Downs a Buenos Aires podrá quedar en el anecdotario como la contrapartida del nuevo desembarco de Madonna. En el noroeste de la ciudad, la Diva del Pop: rubia, caucásica y atlética. En el este, la Antidiva de la canción popular mexicana: morena, indígena y no tan buena bailarina. Pero lo de Lila Downs en el Gran Rex no deberá quedar sólo en el anecdotario: su show presentación de Ojo de culebra (más la obligada lista de highlights de su carrera) fue una lnhi, según definiría un zapoteca. El recurso a la lengua mesoamericana –que más allá de ser hablada por 800 mil nativos de Oaxaca, entre ellos Lila, está menguando– no sólo sirve para decir fiesta sin caer en el lugar común. También es útil como anclaje de una hermosa imposibilidad: la de esta antidiva por separarse de su origen sanguíneo, geográfico, cultural e histórico. Es que el arte de esta sirena morena es el tola’ale (canto) del yetzi (pueblo) zapoteca...