Lidia Borda reinauguracion Biblioteca de Alejandria (Egipto)
La distancia entre la luna chapaleando en barro y la luna rodando por Callao es, para Lidia Borda, vital. Infranqueable. Podría pensarse, parafraseando a Godard y su famosa frase sobre el travelling, que es una cuestión moral. “Hay textos, como el de ‘Arrabal salvaje’, de Celedonio Flores, donde se habla de un mundo cercano para mí. Allí se dice: ‘Pibes descalzos, pibas sin bombacha chapaleando el barrial de la vedera, el rímel y el carmín de las muchachas sin medias y en chancletas en la acera’. Yo vivía, de chica, a metros de una villa y allí íbamos a jugar. Ese era mi mundo.” Su trayectoria la ha ubicado como una de las referentes inevitables del tango actual.
Empezó a cantar cuando aún no lo hacía todo el mundo. Cuando las actrices todavía actuaban y cuando el tango, en la voz de alguien joven, era una rareza. Su voz, le decían, no servía para el género. Y a ella le gustaban más los cantantes varones y antiguos que las mujeres actuales.
Exceptuaba, claro, a Mercedes Simone, sobre todo, y a esa Susana Rinaldi que a comienzos de los ’70 revolucionó la manera de interpretar y de concebir los arreglos y hasta el disco como objeto. “Encuentro en el tango un territorio afectivo y expresivo interesante. Un espacio de lenguaje. Diría, más bien, que me interesa más la ‘tanguidad’ que el tango.”